Finalmente ella sintió que debía entregar-
se a las cosas hasta el color de la memoria.
O más allá... Hasta perder el color, el calor,
el fuego del recuerdo. Como si no pudiera
dejar de repetir los finales y los comienzos.
Una grulla que sólo se sostiene en
una pata. Frágil, azotada por el viento
rebelde, por el sol. Así es como los he-
chos dejan sus marcas hasta en el
cuerpo. Y las sonrisas y las lágrimas se
expanden, anchísimas, livianas como
hojas secas; hasta desaparecer cual
fantasmas sigilosos en la niebla.