Las paredes del dique
se derriban, desbordadas
en un atardecer de lo que
no fué. Es un ahogado
grito gris como las
nubes que nos observan, el
algodón hirientemente hin-
chado a punto de estallar
en mil pedazos. Vómito
de sangre. Dónde la deses-
perada agonía ? Y la
posesión del miedo ? Miedo
o vacío ? O enjambre de
oídos ciegos a la
música ? Es un mar de
voces tapadas y opacas...
Un musgo que no se despega,
verde esmeralda que brillantemente
lo cubre todo. Agua-invasión cercana
de la soledad. Lo
misterioso inalcanzable. Ella
había hablado de dejar. Todos
quedaron mudos como cables
en la quietud. Intactos. Y los pasos
que van a ninguna parte. El dolor
de permanecer. Dejo el cuerpo. Es-
cupo el desprecio por todo.
Es mucho resistir. La
resignación cansa más que
las horas blancas y pe-
sadas. No hay angustia. Ha
desaparecido. Las campanas
son vibrantes y claras. Pre-
cisas. Dónde entonces la
luz que seguir ? Es un cami-
no de piedras amarillas como
destellos de sol espejados en
el agua. Los niños me lo re-
cordarán todo, pensó ella. Y
su lento caminar era más
seguro, más ceremonioso. Hay un
aire de primavera fresco y
soleado en este distante
amanecer. Parece que los
ruidos me acarician con su
canto. Es un instante
para conservar.
Lo que permanece es ateso-
rado en el silencio.