El secreto

Sus palabras fueron lanzadas al
aire con todo el amor, con todo el
temor, con todo el deseo. Deseo que
se fue haciendo carne, al trapasar el
umbral de lo incontenible. Ella dijo,
me visto de fantasmas en mi noche
oscura, conducida por estos espectros
a través de la trama laberíntica
de su sueño. No vió la lluvia más
allá de la turbia nube. Quiso saber.
Sosegar el insoslayable resquicio,
velo inhóspito de su mente. La emoción
era la incerteza, que tocaba el borde
de las cosas pretendiendo habitarlas con
su brillo. Ella pensó o sintió un escozor,
un vago presentimiento, vacío negro, enjam-
bre de luto, llanto o sollozo incontenible de
un niño. Late la hora, mi hora eterna
en este instante, lucho mi tiempo, debato
mi destino (si el Hombre estuviera sujeto
a la futilidad misma...) Calla o
acaso no sabes que tu hora es mi
hora. El tiempo, tal vez. O el espacio.
O la circunstancia inútil que recorre
mi existencia como demorándome de mi
misma. Ella se visita en la noche. Acu-
de puntual al teatro burdo y grotesco de su
representación. Los segundos caen como
olas, uno tras otro, con la misma música
de la infancia. Hay voces, pasos recono-
cibles, el mismo ruido alguna vez antes
escuchado. Temblores de madrugada. Cruji-
do de frío. El pensamiento es la gota
que lenta pero constantemente erosiona
la piedra, la desgasta. Ah!... Atravesé
desiertos, recuerdo... Montañas altas como
las mentiras de los hombres. Son máscaras
huecas las que veo ahora; neutras, blancas,
pétreas... recorren mi cuerpo con su mirada
ciega, vana. No logran trasponer la
superficie. La profunda quietud apaga
todo mínimo vestigio. Sólo yo conozco
el secreto.